EN ESTE MOMENTO

Título

Artista


A CONTINUACIÓN

Punto universitario

7:45 am 9:00 am

A CONTINUACIÓN

Punto universitario

7:45 am 9:00 am

COSMOS: El universo como revelación

Escrito por Aldo Rodríguez el 13 de octubre de 2025

Aún puedo recordar con nitidez aquella noche de sábado en la Ciudad de México. El aire tenía ese aroma inconfundible del fin de semana, y en la televisión apareció algo distinto a todo lo que había visto hasta entonces. No era una película, ni un noticiero, ni un programa cualquiera: era Cosmos, de Carl Sagan. En ese instante, algo dentro de mí se encendió. Sentí que la ciencia —esa palabra que en la escuela a veces sonaba árida— podía ser poesía, aventura, revelación. Desde ese día, los sábados se convirtieron en un ritual: esperar con ansias el próximo capítulo, como quien aguarda el amanecer en un planeta recién descubierto.

Cosmos no solo explicaba el universo; lo celebraba. Sagan hablaba con una claridad luminosa, sin dogmas, sin miedo a decir que el conocimiento libera. Nos invitaba a mirar el cielo sin plegarias, con ojos llenos de asombro y razón. Y así, semana tras semana, comprendí que la ciencia podía ser una forma de amor: amor por lo real, por lo que existe, por ese tejido infinito que nos contiene.

Pasaron los años y aquel asombro no se apagó. Compré el libro —una extensión natural de la serie— y más tarde la conseguí en VHS, y después en DVD, como si conservar ese testimonio fuese una forma de mantener encendida la chispa del descubrimiento. Cada vez que la veía, encontraba algo nuevo. Sagan se convertía, más que en un científico, en un poeta del cosmos. No hablaba desde el laboratorio, sino desde el alma del universo.

Cuando décadas después Neil deGrasse Tyson —discípulo de Sagan— retomó la antorcha con nuevas temporadas de Cosmos, volví a sentir esa mezcla de nostalgia y esperanza. Aquellas series también eran bellas, profundas, inspiradoras. Pero, seamos sinceros: ninguna iguala a la primera. Aquella Cosmos original era de un calibre único, filmada en distintos lugares del planeta, con una visión que unía ciencia, arte y filosofía. Fue una obra que cambió para siempre la manera en que entendemos la divulgación científica.

En un mundo donde las humanidades parecen desvanecerse en las aulas y las carreras técnicas dominan la escena —ingenierías, robótica, astrofísica—, Cosmos se vuelve más necesaria que nunca. Porque no basta con construir máquinas: hay que entender por qué las construimos. No basta con programar algoritmos: hay que saber quiénes somos en medio de ellos. Por eso pienso que todas las universidades deberían mostrar Cosmos a sus alumnos, no como simple documento histórico, sino como un espejo ético, filosófico y emocional de lo que puede ser la ciencia cuando está guiada por la curiosidad y la compasión.

Recuerdo con tristeza el día que me enteré de la muerte de Carl Sagan. Fue en 1994. El periódico Reforma llegó a casa y mi padre, que aún vivía, me mostró la nota: “Mira quién falleció”. Sentí una punzada en el alma. Porque hay muertes que son pequeñas catástrofes cósmicas. Se apagan soles que iluminaban más de lo que uno imagina. Pensé entonces —y sigo pensando— que el mundo a veces se queda sin sus mejores mentes, mientras otras, llenas de egoísmo o indiferencia, siguen caminando por la Tierra. Pero así es la vida: un equilibrio imperfecto, un juego entre luz y sombra, entre razón y caos.

Aun así, el legado de Sagan permanece. Cada vez que alguien levanta la vista al cielo y se pregunta de dónde viene, cada vez que un joven enciende la chispa del conocimiento libre de supersticiones, Cosmos renace. No es solo una serie, ni un libro: es una forma de mirar el mundo. Es la prueba de que la ciencia puede tener alma, de que el universo no necesita milagros porque él mismo es el milagro.

Y pienso que, si alguna vez el ser humano logra habitar otras estrellas, será gracias a esa semilla que plantaron hombres como Carl Sagan: la certeza de que, al entender el cosmos, nos entendemos a nosotros mismos. Porque, como él mismo decía, “somos una forma en la que el universo ha decidido contemplarse a sí mismo”.

Cosmos me cambió. Me enseñó a mirar con asombro, a pensar con libertad y a sentir que la ciencia, cuando se hace con amor, puede ser la más pura de las poesías.