EN ESTE MOMENTO

Título

Artista


A CONTINUACIÓN

Punto universitario

7:45 am 9:00 am

A CONTINUACIÓN

Punto universitario

7:45 am 9:00 am

Leonard Bernstein: el caballo salvaje que domó el tiempo

Escrito por Aldo Rodríguez el 17 de octubre de 2025

14 de octubre de 1990. El mundo de la música quedó en silencio por un instante. Ese día falleció Leonard Bernstein, y con él se apagó una de las conciencias musicales más vastas, intensas y luminosas del siglo XX. Digo “conciencia” porque en Bernstein la música no fue un mero oficio ni la suma de dones, sino un modo de pensar y transformar el mundo. Fue compositor, director, pedagogo, activista y provocador. Fue, sobre todo, un animal de música: un caballo salvaje que hizo lo que quiso, pero siempre con rigor académico, gusto refinado y un temple indomable.

El director que convirtió el gesto en pensamiento

Su batuta era un látigo y un susurro, un mapa de precisión absoluta y un estallido emocional. Bernstein dirigía con el cuerpo entero: el torso era parte del compás, las manos eran arquitectura, el rostro era semántica pura. Controlaba el tiempo con exactitud quirúrgica y la dinámica con una teatralidad que nunca era artificiosa, porque surgía del significado profundo de la música.

Fue un intérprete extraordinario de Gustav Mahler, a quien entendió no como un monumento del pasado, sino como un contemporáneo de nuestras angustias. En sus manos, las sinfonías de Mahler se transformaban en rituales de humanidad. Pero no fue solo Mahler: Beethoven, Haydn, Sibelius, Copland y Stravinski cobraban nueva vida bajo su dirección. Su repertorio era un mapa emocional y filosófico del siglo XX, un diálogo constante entre el pasado y el presente.

El compositor que rompió fronteras

Bernstein escribió música con la misma honestidad con la que respiraba. Su obra más conocida, West Side Story (1957), no solo transformó el musical estadounidense: lo convirtió en un espejo de la realidad social. Allí estaban los Jets anglosajones y los Sharks latinos enfrentados por territorio, odio y prejuicio, y allí estaba la partitura que absorbía el mambo, el cha-cha-cha, el jazz, y los entretejía con una fuga compleja y cool que demostraba que el contrapunto puede habitar la calle.

Pero West Side Story fue solo una parte de su legado. La profundidad filosófica del Serenade (after Plato’s Symposium), el lirismo espiritual de Jeremiah y la Kaddish, la tensión moderna de The Age of Anxiety y la belleza coral de los Chichester Psalms son prueba de que su música fue siempre más que entretenimiento: fue reflexión, fue grito, fue plegaria.

Una memoria familiar: Bernstein en casa

La música de West Side Story —en español titulada Amor sin barreras— formó parte de la banda sonora de mi infancia. “María”, “América”, y tantas otras melodías resonaban en la sala de mi casa porque mi padre era un gran amante de los musicales de Broadway. Por supuesto, Amor sin barreras ocupaba un lugar especial en esa colección.

Mi papá viajó durante muchos años, por motivos de trabajo y estudio, a Estados Unidos, y Nueva York era su ciudad base. Allí, a finales de la primera mitad de los años sesenta, tuvo una experiencia que lo marcaría para siempre: asistió en el Carnegie Hall a un concierto en el que Leonard Bernstein dirigía la Rhapsody in Blue de George Gershwin. No era él quien tocaba el piano —fue otro pianista, cuyo nombre se ha perdido en nuestra memoria—, pero lo que sí recuerda con claridad es el impacto de ver en persona a aquel gigante frente a la orquesta. Esa imagen de Bernstein, enérgico, apasionado, irrepetible, quedó grabada en la memoria de mi papá… y, a través de sus relatos, también en la mía.

Así, antes de conocerlo como figura histórica o como leyenda musical, Bernstein ya era parte del imaginario íntimo de mi familia: un nombre que sonaba en casa, una música que habitaba nuestras tardes, un símbolo que unía generaciones.

El maestro que hizo de la televisión un aula

Bernstein creía que el conocimiento debía compartirse. Sus Young People’s Concerts en televisión y sus legendarias conferencias en Harvard (The Unanswered Question) demostraron que la música podía explicarse sin banalizarse. Enseñó que cada intervalo, cada acorde, cada modulación, son portadores de ideas. Su pedagogía no era condescendiente: era poética y rigurosa a la vez. Explicaba la teoría como si contara un cuento, y contaba cuentos con el rigor de un tratado.

El rebelde que incomodó al poder

Nunca se conformó con ser solo un músico. Bernstein fue un ciudadano activo, un intelectual comprometido con las causas de su tiempo. Su vida estuvo marcada por polémicas, muchas de ellas nacidas de su necesidad de decir lo que pensaba sin miedo. La música, para él, era también una herramienta de transformación social.

La estética del riesgo

Bernstein no buscó el consenso. Su interpretación era siempre una declaración. El rubato no era capricho, sino pensamiento; el silencio no era pausa, sino significado. Allí donde otros pulían, él encendía; donde otros ordenaban, él ardía. Cada sinfonía que dirigía, cada partitura que componía, era un acto de fe en la capacidad del arte para sacudir la conciencia humana.

El último gesto: Mahler en sus brazos

Hay un detalle profundamente simbólico que retrata al Bernstein más íntimo. Cuando murió, pidió ser sepultado abrazando un ejemplar del Adagietto de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler. Así fue enterrado: con esa música que tantas veces dirigió, que tantas lágrimas arrancó a sus oyentes, que tantas veces convirtió en plegaria. Ese último gesto fue su testamento: el arte como compañía, como consuelo, como verdad.

Epílogo: Bernstein sigue sucediendo

Han pasado más de tres décadas desde aquel 14 de octubre, pero Bernstein no se ha ido. Su Mahler sigue siendo referente, sus obras siguen sonando con una vitalidad indómita, sus clases siguen enseñando a nuevas generaciones. En cada orquesta que se atreve a arriesgar, en cada musical que mezcla lenguajes, en cada joven que descubre que la música puede cambiar el mundo, Bernstein respira.

Porque su legado no es una estatua inmóvil, sino un pulso vivo: el pulso del caballo salvaje que domó el tiempo sin domesticar su espíritu.