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Antes de Bach: Heinrich Schütz y el nacimiento de una conciencia musical alemana

Escrito por Aldo Rodríguez el 13 de diciembre de 2025

Antes de Bach, fue Schütz.

Y decir esto no es una frase bonita ni una provocación retórica: es una realidad histórica, estética y espiritual.

Heinrich Schütz nació un 13 de diciembre de 1585, exactamente un siglo antes que Johann Sebastian Bach.

Cuando Bach llegó al mundo, ya existía un lenguaje, una ética musical y una profundidad expresiva que no surgieron de la nada. Ese terreno fértil lo preparó Schütz, con paciencia, con dolor y con una lucidez extraordinaria.

Schütz es, sin exagerar, el padre de la música alemana moderna. Sin él, Bach no habría sido Bach. Tal vez habría sido un gran músico —el genio estaba ahí—, pero no el compositor que conocemos, aquel que supo fundir teología, humanidad, estructura y emoción con una claridad casi sobrenatural.

Schütz tuvo la fortuna —y la inteligencia— de formarse en Venecia con Giovanni Gabrieli. Ahí absorbió el lenguaje policoral italiano, la espacialidad del sonido, la alternancia de masas sonoras, el dramatismo contenido y la claridad del texto. Pero lo verdaderamente importante es que Schütz no imitó a Italia: tradujo ese lenguaje al alma germánica. Lo hizo más sobrio, más directo, más introspectivo. Tomó el esplendor veneciano y lo despojó del exceso para quedarse con su nervio expresivo.

Y entonces llegó la tragedia.

La Guerra de los Treinta Años marcó a Schütz de manera profunda e irreversible. Ciudades devastadas, iglesias vacías, coros inexistentes, músicos muertos o dispersos, hambre, miseria, miedo. Schütz no compuso desde la comodidad ni desde el esplendor cortesano continuo: compuso desde el colapso de un mundo. Y eso se escucha.
Ahí está quizá una de las claves más conmovedoras de su música: su austeridad no es una pose estética, es una necesidad humana. Cuando no hay músicos suficientes, se escribe para pocos. Cuando no hay recursos, se elimina lo superfluo. Cuando el entorno está destruido, la música se vuelve esencial, desnuda, directa al espíritu.

Su obra sacra —salmos, motetes, pasiones— tiene algo profundamente humano. No es música que pretende deslumbrar, sino comprender. No impone la fe: la susurra, la llora, la medita. Es una música escrita por alguien que vio de cerca la muerte y decidió responder con dignidad, con contención y con una espiritualidad sin ornamentos innecesarios.

Y aquí es donde la línea hacia Bach se vuelve clara.
Schütz estableció una relación absolutamente moderna entre texto y música. Cada palabra importa. Cada acento tiene peso. El discurso musical no es autónomo: sirve al sentido, a la idea, al afecto. Esto es fundamental en Bach. La precisión retórica, la claridad teológica y la capacidad de hacer que la música piense vienen directamente de esta tradición que Schütz consolidó.

Bach heredó de Schütz algo más profundo que técnicas compositivas: heredó una ética. La idea de que la música no es un adorno, sino una forma de verdad. De que la música puede sostener al ser humano incluso cuando todo lo demás se ha venido abajo.

Escuchar a Heinrich Schütz hoy es escuchar a un compositor curtido por la historia, por la guerra, por la pérdida. Es escuchar a alguien que entendió que la grandeza no siempre está en la cantidad de notas, sino en su necesidad. Es reconocer el punto de origen de una conciencia musical alemana que culminaría en Bach, pero que comenzó mucho antes, en el silencio, en la ruina y en la fe lúcida de un hombre atravesado por su tiempo.

Antes de Bach, fue Schütz.

Y volver a él no es mirar atrás: es entender de dónde viene todo lo que aún nos sostiene.


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